domingo, 9 de septiembre de 2012

¿Qué es un Salmista? (Segunda Parte)

¿Qué es un Salmista?  
El Carácter del Salmista
Según el Salmo 1 la vida de un salmista arraigado a la Palabra inexorablemente lo convertirá en “un árbol plantado junto a las corrientes de aguas, que da su fruto a su tiempo y todo lo que hace prosperará”. ¿Lo recuerda? En esta ocasión permítame profundizar un poco sobre el fruto que brota de dicho árbol.
En la Biblia ´fruto´ tiene que ver con ´carácter´. El pasaje más conocido sobre esta relación está en Gálatas, donde dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Si se fija bien, cada característica del fruto del Espíritu es un rasgo del carácter. Por eso decimos que fruto tiene que ver con carácter. En este sentido, lo que el Salmo 1 intenta decirnos es que cuando la vida del salmista se fusiona con la Palabra y la Palabra con la vida del salmista, el producto final será carácter. Un carácter como el descrito en Gálatas.
Permítame dar mi apreciación personal de la realidad de los salmistas. Lo digo en forma general, no pensando en alguien en particular, pero pareciera ser que los salmistas de hoy están buscando frutos distintos a los que la Escritura enseña. Es decir, desde quienes conforman los equipos de alabanza de la iglesia local hasta los ministros itinerantes que visitan nuestras congregaciones, dan la impresión que están más preocupados por grabar discos, venderlos y llegar a ser famosos que en permitir que el fruto de la Palabra brote en sus vidas. Sería injusto generalizar, pero si somos honestos la verdad es que muchos, no todos por supuesto, están incurriendo en este error. En este sentido, tengo la impresión que hemos distorsionado nuestra visión de lo que es ser un verdadero salmista. La cual debería consistir en crecer en carácter, uno conforme al que la Palabra nos invita a tener: el del Espíritu, según leímos en Gálatas.
¿Es malo grabar discos y venderlos? ¿Es malo ser un ministro itinerante y visitar muchas congregaciones? No, lo malo radica en que esa sea nuestra prioridad y no crecer en carácter como nos insta el Salmo. Ahora, si durante el proceso de crecer en carácter vienen los discos, las invitaciones y los viajes, está bien. Pero primero hubo carácter, no lo otro. Es cuando las cosas suceden al revés que el salmista corre el riesgo de dañar al cuerpo de Cristo en lugar de beneficiarlo.
Alguien se estará preguntado “¿Pero qué daño puede causar un salmista si todo lo que hace es cantar y tocar canciones para Dios?” Bueno, ese es el problema, que pensamos que la vida de un salmista se limita a cantar y tocar cuando en realidad no es así. El mayor impacto que un salmista puede causar en la vida de la gente no es por medio de lo que hace, sino por medio de lo que es. Como vimos antes, en la Biblia fruto tiene que ver con carácter. Con lo que usted es. Por ejemplo, cuando un cantante o músico visita alguna congregación para ministrar, por lo general al finalizar su participación la gente se acercará a él para saludarlo y conocerlo, ¿verdad? ¡Quizá hasta usted mismo lo ha hecho! ¿Sabe por qué las personas buscan a un salmista después de una reunión? Porque tienen hambre y quieren comer.
Sí, ellos quieren comer del fruto del Espíritu que hay en él. En este sentido, si como salmista usted sólo tiene canciones y acordes musicales, y no carácter del Espíritu, entonces su impacto se limitará simplemente a eso, a canciones y acordes. Pero si usted como salmista está plantado en la Palabra y ha dejado que ella transforme su vida al punto de crecer como un árbol con fruto, entonces las personas que se acerquen podrán comer de usted “amor, gozo, paz, paciencia, etc.” como es el deseo de Dios. ¡Qué triste es saber de salmistas que dejan hambrientos a las personas que se acercan a ellos! Y más lamentable cuando en lugar de comer fruto del Espíritu las personas se van con un sabor a enojo, ira, orgullo y arrogancia. ¡Sabor del fruto de la carne! (véase Gálatas 5:19-22).
Como usted sabe, las personas con las que un salmista entra en contacto en su iglesia u otras congregaciones no son más importantes que las que están en su casa. Es decir, el salmista debe saber que antes de dar de comer a los de afuera, debe darle de comer a los de adentro. A su familia. Es en casa donde se demuestra el verdadero carácter cristiano. Nuestros padres, hermanos y hermanas, esposa e hijos deben nutrirse del fruto del Espíritu que hay en nosotros antes que los de afuera. Por eso, vale la pena preguntarnos: Cuando alguien de casa, como nuestros padres y hermanos, se acercan a nosotros, ¿qué fruto les estamos ofreciendo de comer? Cuando nuestro cónyuge o nuestros hijos buscan nuestra compañía, ¿qué fruto les estamos dando a probar? ¿amor, gozo, paz, paciencia? o ¿ira, enojo, pleitos y contiendas? Recuerde: los frutos se comen. ¡Ojalá nuestra familia esté nutriéndose con nuestro buen carácter!
Por último, hay alguien más importante que todos (los de fuera y los de casa) que también se acerca a comer fruto de nuestra vida. Seguramente sabe quién es, ¿verdad? Claro, es el Señor. Como “árbol plantado junto a las corrientes de agua”, él se acerca para comer y degustar del fruto que brota de usted. Ese fruto que busca probar no son canciones, discos ni música. Es carácter. ¡A Dios le encanta comer carácter! Él disfruta tanto comer “amor, gozo, paz, paciencia, etc.” que cuando encuentra un árbol con dicho fruto se queda allí y se sienta a comer y morar bajo sus ramas.
El problema más grave que el Señor ve en los salmistas de hoy es que cuando se acerca a comer encuentra fruto distinto al del Espíritu. Encuentra el fruto más desagradable que de árbol alguno puede brotar: de la carne. Gálatas dice: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidas, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas…” (Gálatas 5:19.21).
Sólo imagínese al Señor acercarse a algunos salmistas a buscar entre sus ramas fruto. Cuando se para frente a ellos los observa y nota que tienen un fruto diferente al que esperaba encontrar. Alza su mano, toma uno y lo siente aguado y magullado. Un líquido viscoso se pega a la yema de sus dedos. Sorprendido, el Señor acerca el fruto a su rostro, lo huele y percibe aroma de: “adulterio, fornicación, pleitos, celos, envidias, etc.” “¡¡¡Uuufff…!!!” se asquea el Señor y tira el fruto.
Yo le pregunto: ¿cree usted que él va a comer de ese árbol? ¿Cree que se quedará a morar bajo las ramas de alguien con un fruto así? No lo creo. ¡Excepto para podarlo! Pero ese es otro tema.
Considero que este es un buen momento para que como salmistas examinemos nuestras vidas y no preguntemos qué frutos estamos produciendo. Si por alguna razón usted identifica que su fruto no proviene del Espíritu, entonces es hora de volcarse de lleno a la Palabra y dejar que ella transforme su vida por completo.

 

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